La Paz Armada y la I Guerra mundial |
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El talud se ha cubierto por todos sus francos de hombres que descienden al mismo tiempo que nosotros. Atravesamos nuestras alambradas. Aún no disparan. Algunos, más torpes, tropiezan y se vuelven a levantar. Bruscamente, ante nuestros ojos, a todo lo largo de la pendiente, se elevan sombrías llamas rasgando el aire con espantosas detonaciones. Por la línea, de izquierda a derecha, caen bombas del cielo, salen explosiones de la tierra... Nos detenemos, fijos en el suelo, estupefactos por el súbito nubarrón que retumba por todas partes: después un esfuerzo simultáneo agita nuestros cuerpos y los lanza adelante, más deprisa... De pronto, suelto mi fusil, la ráfaga de una explosión me ha quemado las manos. Lo recojo tambaleándome y vuelvo a marchar con la cabeza gacha en medio de la tempestad de amarillentos resplandores, a través de la lluvia destructora. Henri Barbuse, Le feu (premio Goncourt 1915) | |
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